El neologismo nini, procedente de la expresión “ni estudia ni
trabaja” se escribe así, sin espacio ni guión y no necesita escribirse
en cursiva o entre comillas. Equivale al acrónimo inglés NEET (not in
employment, education or training, que podría traducirse por ”ni
trabaja, ni estudia ni recibe formación”). Se introdujo formalmente por
primera vez en 1999 con la publicación del Informe “Bridging the gap:
new opportunities for 16-18 years old not in education, amployment or
training” elaborado por la Unidad de Exclusión de ese país.
No hay un solo tipo de ninis. Algunos (y algunas) bien podrían
incorporar media docena más de conjunciones copulativas: ni buscan, ni
se agobian, ni se esfuerzan, ni se casan, ni sueñan, ni viajan, ni
tienen horizonte, ni delinquen … Serían los ninininininis. Una cosa es
ser un nini que quiere serlo, que se acomoda a esa situaci nterpela
sobre todo a la familia. Las familias de la exxtenuación de nihilismo,
que deja pasar los días bajo el cobijo familiar, que no espera más que
las horas del desayuno, la comida, la merienda y la cena… Y otra muy
distinta es ser un nini a la fuerza. Que no o trabaja porque no
encuentra trabajo y no estudia porque no tiene dinero. Se desespera cada
día que pasa en ese vacío vital, busca hasta el cansancio y se esfuerza
por salir de su situación.
Los primeros son víctimas de la sociedad y víctimas de sí mismos, de
su pereza, de su inacción, de su fatalismo… Los segundos son víctimas
muy a su pesar. Porque han estudiado hasta la extenuación para
encontrarse con esa cruel inoperancia. Varias carreras, varios másteres
varios idiomas… para esto.
Y, dentro de cada uno de los dos grupos, cada individuo vive de una
manera particular la situación que atraviesa. Me gustaría saber cómo va
evolucionando cada uno de ellos y de ellas, cómo va saliendo (si sale)
de ese túnel oscuro de inactividad y de pesimismo. Me gustaría saber
cómo van modificándose no solo sus situaciones personales (por ejemplo,
cuando fallecen los padres) sino cambia su estado emocional (su
autoconcepto, su relación con los demás, su concepción de la vida…).
He visto para Andalucía Televisión la película de Jesús Ponce “Déjate
caer”. Una película honrada, sencilla y, a la vez profunda. Una
película, estrenada en 2007, que pasó inadvertida para el público (no
tanto para la crítica) y que he visto con verdadera delectación. Digo
que la vi para Andalucía Televisión porque me invitaron a participar en
una tertulia con el Director de la cinta y la estupenda actriz leonesa
Isabel Ampudia, una de las actrices de la película. Fue una suerte para
mí encontrarme con alguien de mi tierra después de ver la interpretación
sobresaliente que hace del desgarrado personaje de Isabel.
Sin pretender encasillar a su director, creo que se le podría situar
(en este y en otras de sus obras, por ejemplo en “15 días contigo”)
dentro del realismo social. Jesús Ponce pone la cámara en la llaga.
Construye en “Déjate caer” un drama de los que invitan a pensar.
El origen de la película está, según el Director, en que “en todas
las plazas de barrio siempre hay un grupo de gente a la que se la ha
pasado el arroz (…) sigue ahí a su edad dejando que la vida pase por
delante (…). Son una generación indefinida, no son parados, no son
trabajadores, no son estudiantes, no son delincuentes, no son gente
honrada… simplemente no son”.
Me gusta ese tipo de cine. Cine para pensar. Cine que describe,
analiza e interpela. Los ninis de su película pertenecen a los del
primer grupo que he descrito más arriba. Tres jóvenes se sientan cada
día en el respaldo de un banco situado en una calle de un barrio obrero.
Y allí filosofan y ven pasar la vida mientras consumen litros de
cerveza y palmeras de chocolate.
- ¿Qué haces?, le pregunta su chica a uno de esos ninis de más de treinta años.
- Yo, nada. ¿Y tú?
- Yo nada también.
“Déjate caer” es una película con profusión de primeros planos que
nos meten dentro de la situación social y, sobre todo, dentro del alma
de los protagonistas, dentro de sus estados anodinos de ánimo. Es una
película que no se puede construir desde los despachos o los estudios
sino desde la calle. Por eso los diálogos nacen fluidamente de la vida.
Están cargados, de chispa, de realismo, de humor.
Las mujeres de la película (más listas, más consistentes, más fuertes
que los varones, como suele suceder en la vida) son el eje sobre el que
giran las historias y los hombres de la película.
El fenómeno de los ninis interpela de forma contundente a la
sociedad. Un país cuyos jóvenes no tienen futuro, no tiene futuro. ¿Qué
sociedad se puede permitir dejar sin horizonte a quienes tienen que
abrir el horizonte? Los jóvenes necesitan valer para si mismos y para la
sociedad. Necesitan sentirse útiles. No se les puede dejar sin futuro.
Interpela también al sistema educativo. ¿Qué respuesta da a las
necesidades de estos jóvenes? ¿Cómo los ha preparado para la vida? ¿Qué
herramientas les ha dado para interpretar el mundo? ¿Qué es lo que han
aprendido a hacer? ¿Cómo los ha orientado para que puedan desenvolverse
en el mercado laboral?
Interpela sobre todo a la familia. Las familias de los personajes de
la película resultan paradigmáticas como pésimos nichos donde se cuecen
estos desastres. Una madre sobreprotectora que sigue llamando niño a
un hijo que tiene mas de treinta años y que pasa la vida sentado en un
banco y viviendo de la sopa boba que ella le prepara. Un matrimonio
desentendido por completo de los problemas del hijo y cuyo padre se pasa
el día viendo la televisión sin prestar la menor atención al drama de
su hijo. Otro matrimonio que vive completamente ajeno al porvenir. Una
madre que deja su pequeño hijo en las escaleras del edificio mientras se
prostituye con su amante….
Me pregunto por el futuro de estos jóvenes que han superado la
treintena sin el menor proyecto de vida, esperando atravesar cada
jornada sin la menor ambición, sin la menor pregunta, sin la menor
inquietud. Me pregunto también por los hijos que podrán tener estos
jóvenes si algún día llegan a tenerlos.
Quiero hacer algunas consideraciones finales sobre la importancia del
cine como instrumento de análisis, de comprensión, de denuncia, de
cambio, de mejora de la sociedad. El cine nació como un espectáculo de
barraca y los intelectuales mantuvieron una actitud recelosa, cuando no
abiertamente despectiva hacia él. Hoy nadie discute que se trata de una
herramienta poderosa para reflexionar sobre la vida, sobre la historia y
sobre el ser humano. Hoy se hace imprescindible, como expliqué en mi
libro “Imagen y educación”, aprender a ver cine. Para no ser
manipulados, para disfrutar de sus historias y del modo de contarlas e,
incluso, para poder expresarnos en sus códigos. Muy poquita gente hace
cine para todos. Pero muchos siguen siendo analfabetos en este lenguaje
que hoy puede considerarse el lenguaje materno. Y, como analfabetos,
víctimas fáciles de la manipulación.
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