sábado, 9 de abril de 2016

Tanto NINI que eu encontro e tento modificar!!!


El neologismo nini,  procedente de la expresión “ni estudia ni trabaja” se escribe así, sin espacio ni guión y no necesita escribirse en cursiva o entre comillas. Equivale al acrónimo inglés NEET (not in employment,  education or training, que podría traducirse por ”ni trabaja, ni estudia ni recibe formación”). Se introdujo formalmente por primera vez en 1999 con la publicación del Informe “Bridging the gap: new opportunities for 16-18 years old not in education, amployment or training” elaborado por la Unidad de Exclusión de ese país.

No hay un solo tipo de ninis. Algunos (y algunas) bien podrían incorporar media docena más de conjunciones  copulativas: ni buscan, ni se agobian, ni se esfuerzan, ni se casan, ni sueñan, ni viajan, ni  tienen horizonte, ni delinquen … Serían los ninininininis. Una cosa es ser un nini que quiere serlo, que se acomoda a esa situaci nterpela sobre todo a la familia. Las familias de  la exxtenuación de nihilismo, que deja pasar los días bajo el cobijo familiar, que no espera más que las horas del desayuno, la comida, la merienda y la cena… Y otra muy distinta es ser un nini a la fuerza. Que no o trabaja porque no encuentra trabajo y no estudia porque no tiene dinero. Se desespera cada día que pasa en ese vacío vital, busca hasta el cansancio y se esfuerza por salir de su situación.
Los primeros son víctimas de la sociedad y víctimas de sí mismos, de su pereza, de su inacción, de su fatalismo… Los segundos son víctimas muy a su pesar. Porque han estudiado hasta  la extenuación para encontrarse con esa cruel inoperancia. Varias carreras, varios másteres varios idiomas… para esto.
Y, dentro de cada uno de los dos grupos, cada individuo vive de una manera particular la situación que atraviesa. Me gustaría saber cómo va evolucionando cada uno de ellos y de ellas, cómo va saliendo (si sale) de ese túnel oscuro de inactividad y de pesimismo. Me gustaría saber cómo van modificándose no solo sus situaciones personales (por ejemplo, cuando fallecen los padres) sino cambia su estado emocional (su autoconcepto, su relación con los demás, su concepción de la vida…).
He visto para Andalucía Televisión la película de Jesús Ponce “Déjate caer”. Una película honrada, sencilla y, a la vez profunda. Una película, estrenada en 2007, que pasó inadvertida para el público (no tanto para la crítica) y que he visto con verdadera delectación. Digo que la vi para Andalucía Televisión porque me invitaron a participar en una tertulia con el Director de la cinta y la estupenda actriz leonesa Isabel Ampudia, una de las actrices de la película. Fue una suerte para mí encontrarme con alguien de mi tierra después de ver la interpretación sobresaliente que hace del desgarrado personaje de Isabel.
Sin pretender encasillar a su director, creo que se le podría situar (en este y en otras de sus obras, por ejemplo en “15 días contigo”) dentro del realismo social. Jesús Ponce pone la cámara en la llaga. Construye en “Déjate caer” un drama de los que invitan a pensar.
El origen de la película está, según el Director, en que “en todas las plazas de barrio siempre hay un grupo de gente a la que se la ha pasado el arroz (…) sigue ahí a su edad dejando que la vida pase por delante (…). Son una generación indefinida, no son parados, no son trabajadores, no son estudiantes, no son delincuentes, no son gente honrada… simplemente no son”.
Me gusta ese tipo de cine. Cine para pensar. Cine que describe, analiza e interpela. Los ninis de su película pertenecen a los del primer grupo que he descrito más arriba. Tres jóvenes se sientan cada día en el respaldo de un banco situado en una calle de un barrio obrero. Y allí filosofan y ven pasar la vida mientras consumen litros de cerveza y palmeras de chocolate.
- ¿Qué haces?, le pregunta su chica a uno de esos ninis de más de  treinta años.
- Yo, nada. ¿Y tú?
- Yo nada también.
“Déjate caer” es una película con profusión de primeros planos que nos meten dentro de la situación social y, sobre todo, dentro del alma de los protagonistas, dentro de sus estados anodinos de ánimo. Es una película que no se puede construir desde los despachos o los estudios sino desde la calle. Por eso los diálogos nacen fluidamente de la vida. Están cargados, de chispa, de realismo, de  humor.
Las mujeres de la película (más listas, más consistentes, más fuertes que los varones, como suele suceder en la vida) son el eje sobre el que giran las historias y los hombres de la película.
El fenómeno de los ninis interpela de forma contundente a la sociedad. Un país cuyos jóvenes no tienen futuro, no tiene futuro. ¿Qué sociedad se puede permitir dejar sin horizonte a quienes tienen que abrir el horizonte? Los jóvenes necesitan valer para si mismos y para la sociedad. Necesitan sentirse útiles. No se les puede dejar sin futuro.
Interpela también al sistema educativo. ¿Qué respuesta da a las necesidades de estos jóvenes? ¿Cómo los ha preparado para la vida? ¿Qué herramientas les ha dado para interpretar el mundo? ¿Qué es lo que han aprendido a hacer? ¿Cómo los ha orientado para que puedan desenvolverse en el mercado laboral?
Interpela sobre todo a la familia. Las familias de los personajes de la película resultan paradigmáticas como pésimos nichos donde se cuecen estos desastres. Una madre sobreprotectora   que sigue llamando niño a  un  hijo que tiene mas de treinta años y que pasa la vida sentado en un banco y viviendo de la sopa boba que ella le prepara. Un matrimonio desentendido por completo de los problemas del hijo y cuyo padre se pasa el día viendo la televisión sin prestar la menor atención al drama de su hijo. Otro matrimonio que vive completamente ajeno al porvenir. Una madre que deja su pequeño hijo en las escaleras del edificio mientras se prostituye con su amante….
Me pregunto por el futuro de estos jóvenes que han superado la treintena sin el menor proyecto de vida, esperando atravesar cada jornada  sin la menor ambición, sin la menor pregunta, sin la menor inquietud. Me pregunto también por los hijos que podrán  tener estos jóvenes si algún día llegan a tenerlos.
Quiero hacer algunas consideraciones finales sobre la importancia del cine como instrumento de análisis, de comprensión, de denuncia, de cambio, de mejora de la sociedad. El cine nació como un espectáculo de barraca y los intelectuales mantuvieron una actitud recelosa, cuando no abiertamente despectiva hacia él. Hoy nadie discute que se trata de una herramienta poderosa para reflexionar sobre la vida, sobre la historia y sobre el ser humano. Hoy se hace imprescindible, como expliqué en mi libro “Imagen y educación”, aprender a ver cine. Para no ser manipulados, para disfrutar de sus historias y del modo de contarlas e, incluso, para poder expresarnos en sus códigos. Muy poquita gente hace cine para todos. Pero muchos siguen siendo analfabetos en este lenguaje que hoy puede considerarse el lenguaje materno. Y, como analfabetos, víctimas fáciles de la manipulación.

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